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Lo que más nos enferma es NO llorar cuando toca
15/03/2017
Un día cualquiera del año 2008 decidí que sería buena idea comenzar a ir a un psicólogo, pero cuidado, si que es cierto de que ya era consciente de que no podía y no QUERÍA (añadir el no quería es lo más importante) vivir eternamente con Bulimia, pero antes de comenzar el tratamiento yo no sabía que era exactamente lo que le contaría al terapeuta. Me explico, mi idea era tratar el tema del TEPT (Trastorno de Estrés Postraumático) que era más que evidente que tenía, pero sin entrar al detalle del tema del trastorno alimentario, ¿por qué? os preguntareis, pues por la sencilla razón de que pensaba de que tratando lo primero se solucionaría lo segundo.
Llegué a la consulta y me senté y cuando la terapeuta me hizo una única pregunta, osea, ¿por qué estás aquí? automáticamente mi primera respuesta fue: “porque mis padres y mi…….” y ya no fui capaz de continuar la frase….me atraganté y comencé a llorar desconsoladamente, como si en aquel instante estuviera soltando todas las lágrimas acumuladas a lo largo de 11 años, estuve un rato, paré, cogí aire, respiré hondo y lo siguiente que dije fue “y creo que tengo Bulimia”. Así sin yo apenas haber sido consciente, salió de mi.
La terapeuta consideró que lo mejor para mi caso era tratarlo con el tratamiento EMDR (Eye Movement Desensitization and Reprocessing) ya que es uno de los métodos más efectivos para tratar el trastorno de estrés postraumático.
La desensibilización y reprocesamiento por movimientos oculares es una técnica utilizada para atenuar los efectos negativos de los eventos traumáticos. Este método fue creado y desarrollado desde 1987 por la doctora Francine Shapiro. Lo más característico de este modelo es la utilización de la estimulación bilateral (ya sea mediante movimientos oculares, sonidos o golpecitos-tapping) con los que se estimula un hemisferio cerebral cada vez.
Con este método iban viniendo a mi mente visiones, situaciones vividas o pensamientos relacionados con el accidente, con mi infancia o incluso con el presente que me perturbaban con la idea de ir sacándolos y trabajar con ellos con el fin de minimizar esa perturbación hasta conseguir que fuese inexistente. Lo más duro que recuerdo de este tratamiento es trabajar con el momento justo del accidente, del golpe, del impacto.
Siento la calidez dentro del coche, creo que la calefacción está puesta, fuera no hace mucho frío pero llueve mucho, escucho como las gotas golpean el parabrisas y las ventanas, la radio está puesta, nadie habla, todo está tranquilo, de repente el coche se desvía e invade el carril contrario, de frente ya no veo carretera, veo unas rocas, vamos hacia ellas, oigo un grito, es mi madre, de pronto, oscuridad. Más tarde escucho personas que me hablan, no sé donde estoy.
Ahora soy capaz de contar esto pero confieso que he llorado mucho, mucho, mucho y creo que no lo he hecho cuando me tocaba. Pienso que si lo hubiera hecho, me hubiera sentido más liberada, sin tanto peso en la mochila, sin tanta culpa. No lo hice en su momento. Si sentís que necesitáis llorar, no os reprimáis, hacedlo, eso sólo os traerá malestar y a la larga un peso innecesario. A veces no lo hacemos por no hacer sufrir a los que nos quieren, pero la vida consiste en eso, en sentir, a veces nos toca reír y a veces nos toca llorar. Todo es sano.
Por último, llorar no es de cobardes, sino todo lo contrario.

Cepeese.-